Muchas veces nos dañamos más con nuestras actitudes frente a las situaciones que debemos afrontar que con la misma situación, perdemos la perspectiva y tenemos que cargar con más consecuencias que las que
deberíamos, he aquí una pequeña historia que trata acerca del tema en cuestión.
LA ROCA, EL TALCO Y EL CARBÓNHabía un vez un trozo de roca común, un trozo de talco y un trozo de
carbón en medio del desierto. Estaban conversando sobre sus cosas, cuando, de repente la roca habló.
- El viento es nuestro peor enemigo. La fuente de todos nuestros problemas. El siroco del desierto sopla cada
día, lleno de rabia, y nos destruye poco a poco con su roce. Yo soy la mas dura de las tres. No me da miedo el viento y lo enfrentare sin ceder jamás. Soy la única roca de este desierto que tiene posibilidades de sobrevivir.
- Yo, en cambio - dijo el talco - soy la más débil de todas las rocas que existen en la Tierra y temo que la
más leve brisa me desintegre,
así que
obtaré por enterrarme en la arena, evitando cualquier contacto con el exterior, sea pernicioso o no, pues no me
arriesgaré a recibir daño alguno, y así sobreviviré para siempre.
- Por mi parte - dijo el carbón - yo no me siento ni tan fuerte como la roca, ni tan débil como el talco. Pero mi larga existencia me ha enseñado, que incluso el más fuerte de los vientos acaba por pasar. Así que me resguardare de él, bajo la arena, pero estaré atento para salir y disfrutar del sol cuando éste salga de nuevo.
Y sucedió que al
día siguiente
empezó a soplar un viento como nunca había soplado jamás en el desierto. Fue tan fuerte y tan largo que duró miles de años sin cesar un solo instante. Mientras, la roca, el talco y el carbón siguieron con su plan.
Al cabo de miles de años, el viento un buen
día cesó. Y un grupo de comerciantes cruzaba el desierto con sus caravanas. Justo donde las tres rocas habían
conversado miles de años atrás.
Ninguno de ellos pudo ver a la roca, puesto que se había desintegrado. Había intentando resistir al viento, sin ceder jamás y éste, con su fuerza, la moldeó hasta convertirla en arena, blanda y débil por encima de la cuál todos pisaban al caminar.
El talco, en cambio, había permanecido tanto tiempo enterrado, sin contacto con nada ni nadie, aguantando el peso de toda la arena del desierto sobre sus espaldas
estoicamente, que acabó
transformándose en una roca dura, rígida e insensible.
Finalmente los comerciantes encontraron entre las dunas una piedra inmensa que brillaba bajo el dorado sol, con una fuerza inusitada. Era el carbón, el cual había aprovechado todo el tiempo durante el cuál las circunstancias eran adversas, para crecer, aprender y prepararse para disfrutar del nuevo sol que seguro que algún día volvería a brillar sobre el desierto. Y así el carbón, al cabo de los años, se
transformó en el más grande y precioso de los diamantes jamás encontrados.




